La isla que queda cerca de casa
Exhibición en el Centro Universitario de Arte de la UNLP. La Plata.del 7 al 21 de diciembre de 2018texto por Juan Cruz Pedronifotos por Sa ViaDe la Modernidad a nuestros días, la imaginación geográfica de Occidente no dejó de inventar islas que solo existen mediante el papel. Civilizaciones nacidas de la aventura y el cálculo, erráticas naciones que flotan o países que ven la superficie cada cierto número de años llenan las páginas de un islario fantástico. En ese archipiélago se recorta la saga de las islas utópicas. Las sociedades ideales como la que imaginó Tomás Moro diseñan modelos racionales para una felicidad que no deja residuos ni conoce el exceso. Frente a los avatares de la naturaleza y la historia, la voluntad conserva su imperio sobre ellas como una propiedad inalienable. En sus lectores, esos mundos podían interpelar dos pasiones referidas al tiempo: el principio de la esperanza y el afán de control.
La isla que queda cerca de casa pertenece a esa serie y sin embargo tiene una ubicación contrastable por los sentidos. Para verla hay que salir de La Plata por la autopista y otear a la derecha después de cruzar el arroyo El Gato. Si buscamos en Google maps el promontorio aparece estrechado por un anillo de agua con el nombre de “isla Utopía”.
No hay población permanente en el terreno que esta exposición devuelve a la fantasía. Es resultado de la excavación incompleta para dotar de canales a una urbanización privada que nunca se hizo. En el comienzo está el pesimismo alegre de un gesto: señalar un futuro que se interrumpe. Empieza en el punto donde se suspende una ilusión regresiva: volver a la Arcadia de un country. Hace estallar un lugar abandonado por la utopía.
Las ruinas del jardín soñado por renders se transformaron en posibilidad de hacer en común. El proyecto de Dani Lorenzo ocupó el porvenir vacante en aquel pedazo de tierra: zarpó en expedición a la isla y levantó una topografía de sus colores. Una comunidad de voces fue convocada después para nombrar otros paisajes, con el rigor que a la descripción solo le puede prestar el afecto. Componen una nación tan exacta como improbable: no la une más que la fuerza para alejar al presente de lo útil, para llevarlo a otra parte.
De lo real, aquello que se resiste a ser representado, este proyecto toma la energía para relanzar futuros enterrados y reducirlos al destello de la imaginación. Al sacar al deseo del mapa que lo conserva igual a sí mismo, al arrimarlo hasta el territorio, esas imágenes de lo que viene se descargan de sus contenidos individuales. El agua las arrastra hasta el lugar donde se confunden, ingobernables por la definición, indiferentes a los fines. Una vez separado de su destino, el resto de una historia social se transfigura en el símbolo frágil, conjetural, de un porvenir colectivo.